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Al ex canciller alemán Gerhard Schröder le han cantado jaque mate.

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Su estrecha vinculación con el presidente ruso Vladimir Putin le ha costado en solo dos jugadas el recorte de los privilegios reservados para los antiguos mandatarios, una petición del Parlamento Europeo para que sea incluido en la lista de sancionados y, este viernes, la salida del consejo de supervisión de la petrolera estatal rusa Rosneft.

El comunicado anunciando la salida de Schröder de la petrolera, la más grande de Rusia y una de las más importantes del mundo en términos de volumen de producción y reservas, ha sido escueto. Fue la reproducción de la voluntad del ex canciller. «Me resulta imposible prolongar mi mandato». No hay más explicaciones, pero tampoco hacen falta. El Parlamento Europeo amenazó la víspera con sancionar a Schröder por su negativa a abandonar un cargo entendido como de intermediario entre Rusia y los mercados occidentales, una situación que contravenía las sanciones contra Moscú. Puesto entre la espada y la pared, Schröder decidió ahorrar a Alemania la deshonra de tener a un ex jefe de Gobierno en la lista negra. La renuncia de Schröder se produjo casi al mismo tiempo que la del director gerente del polémico gaseoducto Nord Stream 2, el también alemán Matthias Warnig, un antiguo oficial de la Stasi, la policía política de la extinta RDA y viejo «compañero» del agente de la KGB Vladimir Putin.

Schröder lleva en el punto de mira desde que abandonó la Cancillería para dar paso a Angela Merkel y no porque decidiera ahogar su derrota electoral en los negocios, sino porque vendió su alma a Putin. Las críticas al entretanto millonario ex canciller socialdemócrata han sido recurrentes aunque dada la importancia del personaje se le dejó hacer. La invasión de Ucrania lo cambio todo y fue el propio Schröder quien se puso en la diana al tildar las demandas de armamento por parte de Kiev como «ruido de sable». Schröder intentó calmar las aguas condenando la invasión y tras un periodo de silencio emergió como posible mediador entre las partes en conflicto, un papel para el que nunca contó con la aprobación del Gobierno alemán y para el que no estaba cualificado por su falta de imparcialidad.
La figura de Schröder, de 78 años, se convirtió así en un lastre para el Partido Social Demócrata (SPD), hasta el punto de que hay sectores que piden su expulsión si éste no abandona voluntariamente el partido. Pero Schröder se aferra a la vela de un barco que desde la dimisión del equipo que dirigía su oficina como ex canciller se adentró en la deriva.

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