Para ser exactos, morirte, lo que se dice morirte puedes. Lo que no pueden es enterrarte. En unos casos porque, directamente, no tienen cementerios y no se van a poner a cavar una zanja en cualquier sitio. En otros porque los cementerios están abarrotados de fallecidos y no hay hueco para aparcar. Y en un caso particular es la meteorología la que impone tan drástica medida. Imagina que eres el alcalde de una ciudad de 28.000 habitantes. Imagina también que sólo hay un cementerio de 10.000 metros cuadrados con 3.500 sepulturas. Imagina que en ese cementerio hay ya 50.000 personas enterradas (que han tenido que entrar en las tumbas de familiares, amigos, vecinos y buenos samaritanos). Y ten en cuenta que se mueren 25 personas al mes. Vamos, que no caben. Como decíamos, eres el alcalde, ¿qué haces? Impedir que se entierre a más gente en ese cementerio, está claro.
Entonces, esa es la situación que viven algunos sitios en el mundo, acá te contamos:
Longyearbyen (Noruega)
En la ciudad poblada más septentrional del Planeta Tierra está prohibido, por ley, desde 1950, enterrar a ningún muerto (ni, ya puestos a ningún vivo). La razón la tiene su suelo permanentemente congelado que hace que los cadáveres no se descompongan. La isla, por cierto, cuenta con una simpática población de 1.000 osos polares frente a los 2.000 habitantes de raza humana. Los osos tocan a un humano por hocico.
Sellia (Italia)
Al dilema que te planteábamos antes súmales este otro reto: el 60% de la población tiene más de 75 años. Y también que tu pueblo tiene únicamente 537 almas. Los habitantes de este mismo pueblo tienen la obligación de preocuparse por su salud, siguiendo un estricto calendario de análisis y revisiones.
Itsukushima (Japón)
Aquí no sólo está prohibido morir, sino que está prohibido nacer. Desde 1868, nada menos. Moribundos y parturientas son invitados a salir de la isla. La razón es un santuario sintoista construido sobre el agua, Patrimonio de la Humanidad desde 1996.
Falciano del Massico (Italia)
4.000 habitantes están a la espera de la construcción de un cementerio. Una ordenanza municipal prohibe hasta ese día en tono jocoso llevarse a buenas con la parca: «Se prohíbe a los residentes morir y/o cruzar el límite de la vida en la tierra para ir al más allá». De momento comparte con otros pueblos circundantes sus cementerios en un entramado de contratas y subcontratas que no hemos sabido desentrañar.