Se impone comenzar la crónica del FC Barcelona-Valladolid por lo verdaderamente importante, que en esta ocasión no fue ni el resultado (un holgadísimo 5-1) ni el juego (discontinuo, aunque brillante a ratos) ni la enésima exhibición de Leo Messi, sino el hecho de que, apenas tres días después de ese Clásico que no se pudo jugar por “la grave situación de orden público en que se encontraba Catalunya” (son palabras de LaLiga), el Camp Nou acogió un partido de fútbol sin que se registrara ningún incidente digno de mención más allá de la ya habitual (y mansa) exhibición de banderas estelades y pancartas alusivas a la situación de los líderes independentistas presos. Claro que tal vez era justamente eso lo que se pretendía evitar en un encuentro retransmitido en directo a todo el mundo y en horario de máxima audiencia en Hong-Kong.
También hubo noticias en el plano deportivo, y la más destacada fue, sin duda, el reencuentro del Camp Nou con la mejor versión de Messi, esa que, como pedía Dostoievski, lo hace todo con “un matiz de elevación”. Liderado por el 10, el Barça sometió al Valladolid en dos partes bien diferenciadas: una de control y posesión y otra sustentada en las transiciones rápidas. El resultado fue una victoria cómoda, la séptima consecutiva, que permite a los azulgranas recuperar el liderato a la espera de lo que haga el Granada el jueves.
Valverde dio de salida una nueva oportunidad a Ansu Fati en detrimento de Griezmann, que pagó de este modo el capricho de la escapada a Nueva York para ver el duelo de la NBA entre los Nets y los Knicks, y le encontró un sitio en el once a Arturo Vidal después de dejar fuera de la convocatoria a Arthur. Ya se sabe que tener al chileno en el campo es como arrojar ladrillos contra las ventanas del juego de posición, pero Vidal garantiza a cambio esfuerzo defensivo continuado y, sobre todo, una llegada desde la segunda línea que esta vez el equipo sí supo aprovechar cuando las cosas amenazaban con ponerse feas.
Lenglet abre la lata
Ante un conjunto tan bien pertrechado atrás como el Valladolid, que además se plantó en el césped con una defensa de tres centrales, se intuía que lo difícil iba a ser abrir la lata. Romper el huevo. Meter el primero. Pero no. Al Barça le costó apenas dos minutos perforar la portería defendida por el vallesano Jordi Masip. Lo hizo en un remate de Lenglet, que aprovechó un rebote dentro del área tras un centro de Messi que culminó una larguísima posesión azulgrana.
La decisiva aportación del argentino en ese primer gol fue solo un aviso de los que estaba por venir. Después de ver cómo los blanquivioletas igualaban la contienda en una jugada de fortuna tras un lanzamiento de falta, el capitán dio un paso adelante y, moviéndose siempre por las zonas interesantes del encuentro, ofreció un particular recital de regates, caños y asistencias que produjo el segundo tanto azulgrana (Arturo Vidal, tras un celestial pase de Messi, en el minuto 29) y que alcanzó su máxima expresión con un gol de falta directa en el minuto 34.
Descargas eléctricas en el segundo tiempo
El Barça salió tras el descanso con la idea de bajarle las revoluciones al partido para intentar aprovechar los espacios y el resultado fue un juego bastante más plúmbeo pero animado por ocasionales descargas de electricidad. En una de ellas, en el minuto 75, llegó el cuarto gol, obra de Messi, exquisitamente asistido por Rakitic, que había entrado poco antes en el campo para dar descanso a un De Jong que mantiene su línea de excelencia. Y apenas dos minutos después cayó el quinto, con el 10 esta vez en el papel de asistente y Luis Suárez, que nunca antes había marcado ante el Valladolid, en la finalización.
Al final, una manita balsámica para borrar la mala imagen ofrecida en Praga y muy conveniente para inaugurar ese ‘rush’ de cuatro partidos en 11 días que marcará el destino inmediato de un equipo que aún se busca.
Por: El Periódico
